Hoy me gustaría contar el fin de semana más loco a la par
que épico que he vivido en los últimos meses. Hace un año que conocí a una
chica de Madrid con la que congenié desde el minuto cero. Nos conocimos a
través de un juego online y desde entonces nuestras conversaciones (y
chorradas) vía whatsapp y otras app del estilo no han cesado. Hasta incluso el
primer día que hablamos por teléfono parecía que lo hubiésemos hecho de toda la
vida, muy natural todo.
Siempre andábamos diciendo que teníamos que conocernos en
persona pero claro, ella en Madrid y yo en Barcelona... (para que luego digan
que no podemos ser amigos..)
Se me olvidó mencionar que ambas somos frikis al 100% de El
Señor de los anillos. Así que una exposición centrada en ello era el mejor de
los destinos. Os pongo en situación: ella en Madrid, yo en Barcelona ¿Y la
exposición? La exposición en Alicante!!
Surgió el plan y con apenas una semana de antelación lo
planeamos todo. Ambas estábamos súper emocionadas ya no sólo por visitar juntas
la exposición sino por poder conocernos en persona y echarnos las risas que
venían siendo habituales pero en persona (que eso es impagable).
Ella viajó en coche y yo opté por el avión. Estando en el
aeropuerto, nos hicimos una llamada de control para comunicarnos a qué hora
llegaríamos a Alicante cada una. Ella aprovechó para contarme que había parado
a desayunar y le habían servido un bocadillo de tortilla prefabricada a precio
de oro y que había hecho amistad con un matrimonio de la tercera edad y se
hacían compañía (cada uno en su coche) por la autovía.
Llegué a Alicante cerca de las 12h de la mañana y allí justo
en el aeropuerto comenzó la odisea. Siempre he sido muy salmón y cuando el
pasaje de mi vuelo bajó y caminaron todos como borregos en una dirección, yo me
dirigí en dirección contraria. No por nada especial sino porque me pareció que
todos estaban equivocados de dirección menos yo. Cuando me vi sola de nuevo en
las puertas de embarque, comprendí que debería haber seguido los indicadores de
los carteles que amablemente rezaban “SALIDA”. Mientras andaba como un ratón de
laboratorio en un laberinto, hablaba con ella (La llamaremos “A” a partir de
ahora) e intentaba salir de allí. Como andaba distraída, me pasé la salida de
nuevo y tuve que volver sobre mis pasos hasta que por fin di con ella. (me
gustaría añadir que el aeropuerto de Alicante no es que sea precisamente muy
grande por lo que no me quisiera yo ver en aeropuertos internacionales como el
de Washington DC. Es para que os hagáis una idea de mi sentido de la
orientación) Al fin salí y allí estaba ella esperando!! Dando saltos entre la
multitud (léase multitud refiriéndome a una veintena de personas) Si, ella
también es de dar saltos porque tiene justo la misma estatura que yo (tamaño
hobbit). Nos dimos un abrazo y como si nos hubiésemos visto el día anterior,
comenzamos nuestra andadura en busca de su coche.
Buscar un coche en un parking parece tarea fácil pero no
para un grupo de dos personas donde una no tiene sentido de la orientación y la
otra tiene poca memoria. Ella estaba convencida de la planta donde había
aparcado pero bajábamos escaleras que conducían a ninguna parte o al menos a
ninguna que a ella le sonara de haber pasado por allí con anterioridad. Bien,
nos rendimos y decidimos preguntar. De todo el personal del aeropuerto, fuimos
a parar con el único ruso que debía haber en todo el contorno, 100km a la
redonda. Nos dio indicaciones como “tinéis que subir y pasar puente”. “A”
emperrada en que ella no había pasado ningún puente que ella se bajó del coche
y prácticamente tocó el tren de aterrizaje de mi vuelo. Antes las negativas el
señor de Moscú puso cara de indignación y añadió un último “Tinéis que subir”.
Volvimos a subir y nada, salimos a la calle y tampoco.
Decidimos cambiar la estrategia y bajar....quizá así veríamos la luz. Nada...
Vimos aproximarse a un señor con pinta de trabajar allí y de ser del territorio
nacional así que le preguntamos. Nos dio unas cuantas explicaciones
desconcertantes como: “¿Veis aquel edificio de hierro?, pues en aquella puerta
hay una entrada” (y todo a nuestro alrededor era de hierro por no mencionar que
cuando se menciona una puerta ya se deduce que es una entrada, hasta en
ocasiones puede ser salida, fíjate!)
Dimos unas cuantas vueltas más y después de 40 min de
angustia, cuando ya dábamos por perdido el fin de semana, su coche apareció
ante nosotras. ¡Bien!
Llegamos al hotel y dejamos las maletas. Ya después fuimos a
comer algo para luego volver y tirarnos en la cama a sestear. Estábamos
agotadas. Aquí las vistas desde nuestra habitación:
Hasta aquí todo más o menos normal (casi). Después de darnos
una ducha y de una siesta accidentada interrumpida unas 4 veces por llamadas de
teléfono para “A”, (su familia es muy de llamar y boicotear siestas) nos
dispusimos a salir del hotel e ir a dar una vuelta y cenar en algún sitio medio
decente.
Tengo que decir que Alicante, al ser un sitio turístico
tiene algo que no me gusta nada y es que, en cada bar, cafetería, restaurante
hay alguien en la puerta que está como las hienas al acecho de una gacela
desvalida a la que darle el toque de gracia con la cartulina de su menú. Odio
ir caminando y que me llamen a lo lejos para que entre y consuma en un local
determinado. Es superior a mi, si yo quiero entrar entraré pero no acoséis!! En
lugar de conseguir clientela (sirva esto de sugerencia) a mi parecer la
espantáis. Así que después de esquivar a varios de estos RRPP, dimos con una
hamburguesería tipo años 50 y acertamos de pleno! Muy rico todo.
No paramos de hablar en ningún momento desde la salida del
hotel. Seguimos hablando en la cena y en el paseo posterior. Llegamos hasta un
chiringuito (yo entiendo por chiringuito el que está dentro de la arena de la
playa) el único en todo Alicante y encontramos una mesita al lado de los
altavoces por los que salía Reggae a todo volumen.
Cuando vino el camarero a preguntarnos qué íbamos a tomar,
me cubrí de gloria pidiendo un gintonic de Bacardi (si, soy chula hasta para
pedir un combinado de ginebra pero con ron) después de ese lapsus y las
posteriores risas entre “A”, el camarero y yo, nos sirvieron dos gintonics que
casi tomamos de un sorbo y nos supo a gloria (y a 6€! Casi lloro al pagar! Qué
baratura!!)
No se exactamente cuantos llegaron a caer, si 4, 5, o 6. El
caso es que en un momento dado, los acabábamos de un trago y pedíamos otro esto
sin dejar de cotorrear y reír. Mirábamos alrededor y había un señor de unos 60
años, en medio de la juventud dándolo todo en la pista, estaba como en trance.
Ya casi nos lo imaginábamos diciéndole a su mujer “Oye Conchi, que me bajo a la
playa que hoy hay fiesta reggae y quiero probar unas perfomances nuevas”. Muy
grande aquel hombre.
El caso es que entre copa y copa las horas fueron pasando y
aquello se fue vaciando, al final ya sólo quedábamos nosotras y el camarero se
acercó a decirnos : “desde que llegasteis no habéis parado de hablar! Qué
barbaridad!” Le contamos que ese mismo día nos habíamos conocido y quedó
perplejo. La verdad es que tenemos una teoría, y es que, aunque nosotras nos
vimos y sentimos muy dignas allí sentadas y creíamos que actuábamos con
normalidad, es más que probable que estuviésemos berreando y balbuceando cosas
sin sentido (ojo, para los demás que nosotras nos entendíamos muy bien) para
risas de todo aquel que nos rodeaba. Pero es solo una teoría.
Sobre las 5 de la mañana llegó la hora de levantar el culo
de aquellas cómodas butacas de mimbre y emprender nuestro regreso al hotel.
El paseíllo por la arena (posiblemente dando tumbos) y la
insistencia de “A” por intentar mojarse los pies en la orilla fueron toda una
odisea. Digo intentar porque yo no pretendía mojarme y ella iba a mi lado
quejándose que las olas no le mojaban los pies. Después de decirle que se
acercarse un poco más al agua y me ignorase, llegamos a una torre de esas de
vigilancia. (Véase foto y elimínese al tipo de arriba)
Muertas como íbamos de la risa surgió la escena de Gandalf
contra el Balrog de Moria y uno de los diálogos que haría mella en nosotras en
aquel fin de semana. (Lo siento si desconocéis la saga de El señor de los
anillos) Me recosté en la torre al grito de: “Llama de Ûdun, no puedes pasar!!”
Provocando las carcajadas de “A” y las mías propias, lo próximo que escuché fue
a “A” diciéndome que saliese de debajo de la torre o iba a acabar perdida de
fluidos. (una pareja en medio de mi enajenación había subido a la torre con la
intención de hacerse arrumacos y yo allí berreando como un ñu sordo)
Acabamos sentadas en unos columpios y vislumbrando una cría
de gaviota a la que “A” se refirió como “es un pollo, nos lo llevamos?” que nos
miraba con desprecio y al que decidimos dejar en paz. Allí, muertas de la risa, decidimos enviar audios al grupo de
amigos que ambas tenemos en común cantando “la salchipapa” y que,
misteriosamente no conseguíamos oír una vez enviados.
Cuando decidimos que ya había sido suficiente y nuestras
vejigas con los innumerables gintonics dijeron “hasta aquí” emprendimos la
vuelta en busca del coche que estaba mucho más cerca del hotel que nosotras
mismas. No se cuanto tardamos en llegar, quizá una hora, se nos hizo eterno...
Cogimos el coche (cabe añadir que pese a ser irresponsable,
estábamos a unos 2km del hotel y en línea recta) y a reventar de la risa (y de
pis), BSO de “El señor de los anillos” a todo volumen y con la llama de Ûdun
como consigna, allí íbamos las dos rumbo al hotel en busca de descanso. A lo
lejos nos pareció ver a la tan nombrada llama, y no pudimos estallar en sonoras
carcajadas hasta que, cuando quedaban escasos metros para llegar a la llama,
nos dimos cuenta que aquello no era un Balrog de Moria, aquello era un control
de alcoholemia de la Guardia Civil. Yeah!
Se nos cambió el gesto, se acabaron las risas, y con la cara
más solemne que pudimos poner (todo un reto viniendo a las 6 de la mañana
hartas de gintonics) pasamos por al lado de ellos apretando bien la mandíbula
para no estallar en carcajadas y acabar durmiendo en el cuartelillo.
Milagrosamente nos dejaron pasar sin hacer el control y ya
entramos a la calle del hotel (que quedaba justo encima de donde se había
situado los guardias). Hay que admitir que una vez pasados, nos volvimos a reír
como locas para descargar la tensión e íbamos tan enajenadas que nos pasamos no
una sino dos veces la entrada del hotel. (lo que provocó más risas). Llegamos y
“A” aparco en el mismo carril de entrada del hotel. Cuando echó el freno de
mano le advertí que aquello no era una plaza y tras discutir brevemente movió
el coche y lo aparcó en una plaza como tal.
Y ahí, justo a las 6 de la mañana pasadas y tras muchas
risas, gintonics y horas de conversación, acabó nuestro primer día de odisea
alicantina. Nos fuimos a dormir.
La segunda parte, del día más épico jamás contado, en otra
entrega que por hoy creo que ya tenéis mucho trabajo!!
Saludos y mi enhorabuena si habéis llegado hasta el final.
Espero halláis disfrutado de la lectura!